BBVA ya ha consumado su ambición: arañarle a CaixaBank donde más le duele, en Cataluña. Con la compra de Unnim en 2012, el conglomerado de las cajas de Sabadell, Terrasa y Manlleu, el banco consiguió ganar cuota en esta autonomía, un mercado dominado por firmas locales.
La adquisición de Catalunya Banc en pública subasta -y a precio de derribo- supuso la consolidación del envite del presidente de BBVA, Francisco González, ya que la financiera comprada fue desde sus comienzos en 2010 la segunda entidad de Cataluña, sólo por detrás de La Caixa.
En aquel momento fue una operación criticada, dado que el Fondo de Reestructuración y Ordenación Bancaria (FROB) inyectó un total de 12.052 millones de euros en la maltrecha firma y, sin embargo, BBVA compró la compañía por poco más de 1.000 millones de euros, con lo que se generaron unas minusvalías monstruosas que hubo de asumir el Estado.
No fue el único motivo para la polémica. El movimiento fue un golpe para la autoestima de la economía catalana, puesto que el cambio de manos cuestionaba la catalanidad de Catalunya Banc, el brazo bancario de Catalunya Caixa. De repente, 6 antiguas cajas (Sabadell, Terrasa, Manlleu, Catalunya, Tarragona y Manresa) acababan en manos de una entidad ajena a su territorio natural, en el que alguna llevaba más de un siglo operando.
Además, el comprador no es una entidad cualquiera, en cuanto a la cuestión catalana se refiere. El líder supremo de BBVA, el histórico empresario Francisco González, se ha mostrado siemprecercano a las posiciones del Partido Popular, la formación más crítica con la deriva soberanista. Más aún, el veterano ejecutivo ha llegado a afirmar que el proyecto secesionista “va en contra de Cataluña y de España”.
El grupo BBVA se comprometió a mantener la marca de Catalunya Caixa bajo su paraguas, con lo que la identidad catalana ha perdurado desde que la compra se anunciara en el verano de 2014.
Fuentes del gigante azul han confirmado que después de esta absorción se va a mantener “a largo plazo” la imagen de Catalunya Caixa y CX tal y como están. Pero lo cierto es que la propia raíz de la entidad va a cambiar.
El proceso de integración ha culminado esta semana con la fusión completa de las entidades. Esto significa que Catalunya Banc va a desaparecer como sociedad y que también se va a extinguir su ficha bancaria, la licencia que necesita toda empresa para operar en el mercado financiero español, tal y como confirman las fuentes consultadas. Así pues, aunque siga siendo una marca financiera, Catalunya Banc va a dejar de existir como un banco, sensu stricto.
Ya no hay vuelta atrás. Quizá si en vez del FROB hubiera acudido la Generalitat al rescate de Catalunya Banc -asumiendo que hubiera sido posible desde el punto de vista jurídico-, el carácter catalán se podría haber mantenido. Sin embargo, las arcas del Ejecutivo autonómico no habrían sido capaces de sostener tal desembolso, especialmente si se tiene en cuenta que la deuda catalana se ha situado en los últimos años en el linite del bono basura.
Además, la pérdida de influencia de la Generalitat ya se había producido en otras entidades como La Caixa, después de que el marco regulatorio español exigiera la desaparición de las cajas de ahorros tal y como se conocían, incluido todo el sistema de clientelismo político y tejemanejes institucionales.
Con la llegada del siglo XXI, la banca catalana ha acabado por perder la fuerza con la que se definió desde sus inicios, al calor del desarrollo industrial de Cataluña en el siglo XIX. Y la dilución de la catalanidad de estas entidades llega justo cuando más se necesita que actúen de argamasa económica para el proyecto nacionalista.
PABLO BRONTE
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